Abro la ventana del avión.

Según la pantalla que titila estamos sobrevolando el Océano Atlántico. Yo solo veo osos polares que duermen boca arriba, montañas dulces que se desarman, corales que elongan sus tentáculos y alfombras tejidas al crochet.  Pero estoy en las nubes y vuelo con pocas cosas. Detente instante, eres tan bello y una agenda del año 2020. La abro y cruzo dos espadas de tinta sobre el segundo cero. Estoy en las nubes e invoco a mi amiga. Imito el gesto de Consuelo:  tacho el número del año que nos vio pasar. Durante la vasta correspondencia que mantuvimos, Consuelo se dedicó a anular con insistencia el año que fechaba. Debo confesarte, amiga, que el ademán me incomodaba y esperaba con ilusión alguna epístola sin crucificar. No sucedió, tuviste que dejar de escribirlo, para abandonar el escudo. Ahora, sin suelo, te invoco, clavo la pluma, perforo al nulo y la vieja agenda deviene mi cuaderno de notas 202x.

Hace meses que no escribo. Vuelvo -con la lengua afuera- a mi ciudad natal, único territorio que habité sin palabras. Vuelvo a Barcelona, y en este pedacito de tierra que me sostuvo en los precarios balbuceos, rastreo la arqueología de mis pre-textos.  Vuelvo, en busca del verbo perdido.

EL TEATRO HA MUERTO vocifera la primera hoja de mi cuaderno. La cruz de tinta no fue suficiente. La vieja agenda todavía habla, el año no se retira sin dar batalla, un eco multilingüe ordena abrocharse los cinturones de seguridad, pequeñas luciérnagas luminosas se encienden en el techo del avión, las azafatas taconean los pasillos para volver a sus puestos, un niño de pies hinchados llora a mi lado, las orejas mamá me duelen mamá, me pregunto si son efectivamente las orejas quienes duelen o cierta imprecisión del lenguaje hace que las capas más superficiales del cuerpo obtengan la concesión del primer nombramiento, me duelen me duelen, el niño se tapa las orejas con las manos y mueve la cabeza, el dolor persiste y el pequeño extrema el gesto introduciendo sus dedos en los orificios, las orejas mamá las orejas. ¿Las orejas o el oído? ¿El cuerpo o la escucha? ¿Qué le duele? ¿Qué llora? ¿Acaso oyó los gritos de mi cuaderno? ¿Este niño ha visto teatro alguna vez? ¿Llegará a verlo? ¿Llora su muerte? ¿La nuestra? Las orejas mamá quítame las, que me las quites, me duelen me duelen mamá tendre que arrancarme las orejas, los ojos, las orejas, los ojos, las orejas mamá, los ojos, quiero corregir pero hago silencio, el niño no tiene edad de lectura, no puede haber visto lo que llevo escrito en mi cuaderno, pero a diferencia del hijo de Jocasta, el niño escuchó, escuchó al papel de mi ciego cuaderno que gritaba EL TEATRO HA MUERTO, me duele. 

No lo soporto, dice el niño de los pies hinchados mientras toma un broche que sujeta el escote de su madre, Calleu al nen! grita un hombre nervioso que apenas puede terminar la frase antes de que un ataque de tos lo tome por completo. ¡No se quite la mascarilla hombre! Lo alecciona una mujer a su lado. Que no veu que el meu marit s’està morint? Replica la dona. Pues nos matará a todos, contesta la mujer y se levanta del asiento para tomar distancia. Su atención por favor les rogamos a los  señores pasajeros que permanezcan sentados en sus asientos con los cinturones de seguridad abrochados hasta que la señal luminosa se apague. Un bajón repentino. Vértigo. Morir, dormir… ¿dormir? Tal vez soñar.Your attention, please, we kindly ask you to remain seated in your seats with your seat belts fastened until the light signal goes out. Caída libre. Agujero en el estómago. El corifeo políglota de nuestras conciencias recita al unísono: vamos a morir, vamos a morir, vamos a morir. El que no tiene temor a los hechos, tampoco tiene temor a las palabras. Padres nuestros, persignaciones, salats, cuclillas, tefilat ha-dérej, movimientos de columnas pendulares, invocaciones, por qué pedir al cielo lo que está en nuestras propias manos, pero las mías tiemblan y no tengo a quien pedir, teatro, teatro, teatro. La seva atenció per favor els preguem als senyors passatgers que romanguin asseguts als seus seients amb els cinturons de seguretat cordats fins que el senyal lluminós s’apagui. 

Apagón. El corifeo políglota tose detrás de sus barbijos. El espasmo,  idioma total, nos reúne aqui i ara. Alguien abre un caramelo. Alguien susurra al oído de su amante. Alguien, quizás yo, le estira la lengua al cielo. El niño de los pies hinchados abre grandes los ojos. Benvinguts a el teatre de l’mon, els preguem que apaguin els seus telèfons mòbils o els col·loquin en mode avió. Els recordem que està prohibit fer fotografies. Esperem que gaudeixin de la funció.

 

#FarsaPorElMundo: La lengua afuera

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LA LLENGUA FORA

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