Laura Sbdar acaba de cumplir 29 años y está contenta, le gusta el número, lo llama “la cifra impar”. Será por eso que este año cuando mostró su tercer obra como directora y dramaturga, algo se cerró, un pequeño círculo de unipersonales que escribió y dirigió en sus veinte años, una precocidad sorprendente para lo que ella llama “su primera tríada”. Antes de estas hubo otras piezas, de las que también habla, pero que fueron ensayos, pruebas o choques contra una pared de los que salió fortalecida. Laura tiene un recorrido particular, en el que si bien comenzó estudiando actuación –como suele suceder en el mundillo teatral porteño– muy rápido se dio cuenta que prefería dar unos pasitos hacia fuera de la escena, porque lo que la estaba llamando de verdad era la escritura. Y a eso se abocó incesantemente durante casi una década, arribando a un puerto extraño, nuevo, que la revela como una de las voces más potentes entre las más jóvenes del teatro .
Este año se vieron sucesivamente Vigilante, Turba y Ametralladora. Tres piezas que tuvieron recorridos distintos y que generaron un interés genuino. Sin ir más lejos, Turba ganó el año pasado el premio Germán Rozenmacher, el más importante a la dramaturgia argentina joven y fue editado por Libros del Rojas. Tanto en esta como en las otras dos obras, se vio y escuchó una escritura particular que emergía de una escena donde pasan muchas cosas todo el tiempo, pero a la vez, las novedades auténticas parecen ser pocas. Los tres unipersonales planteaban voces femeninas no necesariamente “bellas y fuertes” sino más bien “feas y extrañas”. O para decirlo en un solo adjetivo: incómodas. Tanto en su lenguaje poético, como en sus posicionamientos políticos. Ella se ríe “¡Es todo insoportable lo que hago!” Y no parece molestarle esa aspereza que siente el que sale de ver cada una de sus obras.
Y el origen de esa inquietud está en lo que ocurre en su escritura. Ella dice que escribe en voz alta, leyéndose y que lo que siente es una verborrea, una nausea. Algo de intentar correr atrás de las palabras. Y eso tiene una explicación. Al hablar del primer el chispazo que captó su atención hacia el teatro, se retrotrae al colegio secundario: ”Mi ingreso al teatro fue por la literatura. Hubo un año que nos tocaba leer El Quijote. Y nos organizamos con la clase para preguntar si podíamos leerlo en voz alta. Tuvimos una profesora brillante que se re copó. A los dieciséis años leer El Quijote nos parecía un bodrio, pero no así. Y creo que durante ese año que duró la experiencia pude empezar a entender la oralidad de la literatura y darme cuenta que eso no era otra cosa que teatro. Estar ahí, un grupo de veinticinco personas, probando entonaciones y ciertos gestos, me hizo dar cuenta que eso se podía hacer. Este Quijote es mi ingreso al teatro. Por eso creo que lo que escribo está tan vinculado a la literatura.”
Después de dos obras que fueron pruebas, espacios de experimentación —Susana y Gloria (2013) y El movimiento ( 2015)– llegó el turno de Vigilante , a la que ella considera “mi primer obra en serio”. La pieza pudo verse hasta hace pocos días en El Portón de Sánchez y reestrena en febrero. Se estrenó originalmente con Mariana de la Mata en 2017, pero por razones de fuerza mayor este año fue reemplazada por Claudia Cantero. Allí nos encontramos con una garita de seguridad habitada por una rústica vigilante. Una mujer con traje de policía que está sola y observa. Su monólogo alterna conversaciones por whatsapp con sus hijas, con su amiga, con su compañero de trabajo, y con un chico del que está enamorada y con el que tiene un intercambio excéntrico –ella policía, él criminal de poca monta– tan marginal como erótico. Ella cuenta: “La imagen detonante fueron las garitas. Un día me di cuenta la cantidad de que hay por todos lados. La casa de mis viejos está rodeada por cinco garitas, cinco miradas que están vigilando. Y empecé a hacer un trabajo de devolver esa mirada. Pensar quiénes eras las personas que habitaban esas garitas, qué había adentro, cómo eran esos mundos. Me gustaba devolver esa mirada sesgada, de espía. Son trabajos tremendos, de doce horas, encerrados en una heladera. Me interesó trabajar con una vigilante mujer, es decir una mujer trabajadora en un trabajo socialmente asignado a los hombres. Pensar la maternidad en ese contexto. Y también el amor.”
Esa mezcla de discursos sociales cuestionados, claustrofobia, trabajos desgarradores, amores estallados en rabia explotó en Turba. Es que el texto premiado se montó luego en una puesta de esas que sacan chispas: Iride Mockert en la actuación y Alejandra Flechner en la dirección. La historia es la de una mujer presa en una red de trata que alterna afiebrados y fragmentarios relatos de sus días, con shows musicales de cumbia, boleadoras y keitar en el antro donde está metida. El trabajo de la actuación, de enorme entrega física, donde todo evento se repone en el alguna parte del cuerpo de la actriz, fue una propuesta de la misma Iride. Ella ya venía con la idea de esa mujer turbada y que turba en la cabeza. “Fue genial escribir para Iride. Yo la había visto en La fiera, me había fascinado el laburo que había hecho. Es una actriz que tiene mucha particularidad, podes imaginar con qué tono muscular va a trabajar el texto. Entonces escribir pensando en eso, sabía que ella se iba a imponer.”
Al mismo tiempo que hizo estas obras, Sbdar creó junto a Mariana de la Mata y Consuelo Iturraspe, el grupo Cabeza, con el que practican la escritura colectiva, centrada en temas de género. Estrenaron Un tiro cada uno, donde abordaron un femicidio desde el punto de vista de los jóvenes que lo perpetraron. Otra vez la incomodidad, la dificultad de mirar una obra que comienza intentando empatizar con los espectadores, para luego dejarlos en el desamparado lugar donde lo naturalizado se convierte en el espanto.
Cada una de estas obras Sbdar articuló matices de la grupalidad, para que la escritura –siempre individual, siempre solitaria– se abra. Y se expanda aun más desde una poesía agobiante, en la mente y el cuerpo del espectador. Con piezas que apuestan más a la perturbación que a la belleza, más a la incomprensión que al relato lineal. Como cierra Sbdar: “Puede ser que las obras tomen temas que hoy en día son políticamente correctos, pero me interesa pensarlas desde el lugar dificultoso y no correcto. Cuando se trabaja desde ahí, hay algo de la redundancia afirmativa, que no trae nada nuevo, que se desarma. Se abre el desacuerdo, que para mi es fundamental. Si existe alguna posibilidad de pensar algo nuevo sobre lo que nos preocupa, de buscar una utopía posible, tiene que nacer del desacuerdo.”
Turba se puede ver hoy a las 20 y vuelve en febrero los lunes 21.30 en El Portón de Sánchez. Vigilante se verá los jueves a las 21 a partir de marzo en El portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034. Ametralladora va los viernes a las 22.30 a partir de Febrero en el Espacio Callejón y Un tiro cada uno los 28, 29 y 30 de enero a las 21 en el marco de FIBA.